sábado, 12 de septiembre de 2015

Kafka en la orilla (Haruki Murakami, 2003)

(Género: drama  de Bildungsroman en estuche de novela onírica)


La primera impresión
Recién lo empiezo a leer y me tiene maravillado, encantado. Su estilo es trasparente como el más fino cristal. Parece libre de pretensiones y muy sincero el narrador. Dos historias que se cuentan en simultánea, pero con dos registros muy diferentes. Una es casi una aventura, una película de carretera, con un narrador en el que parece predominar la primera persona, y que cautiva porque el espíritu juvenil y fresco del protagonista se combina con unos paisajes de preciosura japonesa como solo ciertas fotografías y películas de Miyazaky saben trasmitir. La otra historia es un caso de misteriosa “posesión” o trastorno que sufren unos pequeños en una salida al campo durante plena segunda guerra mundial. Esta está narrada a manera de entrevistas transcritas encontradas en archivos secretos de los EE. UU., que fueron liberados para el público después de la aprobación de ciertas leyes. No sabemos para dónde nos lleva Murakami con esto... y solo dan ganas de seguir leyendo. El conjuro de ilusión está perfectamente logrado.
Impresión al final
Hoy es dos de septiembre de 2015. La mañana está espléndidamente cristalina y soleada, pero hace frío. Tengo muchas ganas de hablar de mil cosas, pero el propósito central es hablar de mi primer contacto con Murakami: la lectura de Kafka en la orilla.
Anoche justo terminé de leer esta novela y debo decir que me invadió de inmediato un fuerte sentimiento de nostalgia por los personajes. En efecto, he de decir que leer a Murakami me significó tres momentos principales: la fuerte emoción de enfrentarme a una historia nueva muy potente y contada con ágil claridad; un segundo momento de decepción porque no me esperaba una entrada tan incisiva de la fantasía (de una fantasía que no logra hilvanarse lógicamente, que es demasiado caprichosa y que le resta brillo a lo poderoso de la trama, como cuando aparece Johnnie Walken [sic], por ejemplo, cantando el estribillo de los enanos trabajadores de la Blanca Nieves de Walt Disney mientras destaza gatos); y un momento final de nostalgia por el mundo que se cierra tras el punto final.
¿De qué se trata Kafka en la orilla
Kafka en la orilla son dos grandes historias cuyo desarrollo presenta un comportamiento asintótico. Por esta razón, podemos preguntarnos de qué se trata cada historia y, eventualmente, de qué va su conjunción.
Historia de Kafka Tamura. La historia de Kafka Tamura es una historia sobre la búsqueda de sí mismo y de la superación-asimilación de los amargos sabores de la vida y del destino, mediante el ejercicio de la autonomía para escribir la propia historia. Es, en este sentido, una Bildungsroman o novela de crecimiento, de aprendizaje, de maduración de un adolescente. Tamura aprende a enfrentar de manera activa y no pasiva el destino, aprende a ser coartífice ―hasta donde le es posible― de su propia historia y de su sino mediante la aceptación. Tamura aprende, en síntesis, a superarse a sí mismo: lo que hace es cumplir, casi de manera autónoma, con la profecía que lo asedia.
Kafka Tamura quiere escapar de su padre, quiere hacer su propia vida y alejarse de un padre que no lo quiere, que lo rechaza y que, además, le profetiza la desgracia edípica de matar a su padre, enamorarse de y copular con su propia madre y, de encime con su hermana. Tamura quiere escapar de su padre y de la profecía, pero, paradójicamente, al alejarse la cumple casi por completo: participa de algún modo en (y se complace con) la muerte de su padre, se enamora de su madre, se acuesta con ella (que es la “hipótesis que no se refuta” en la novela), bebe de la sangre de su madre (¿para constatar que ella está dispuesta a darlo todo de sí en un intento extremo por resarcir el abandono?) y una probable hermana (Sakura) lo masturba (y el la copula hasta venirse dentro de ella en un sueño). Él asume semejante fatalidad con entrega inocente (Kafka Tamura no muestra el más mínimo remordimiento por nada de esto, a lo sumo, sabe que no es lo corriente, tiene miedo, pero no se pone en actitud de lucha por evitarlo) y al mismo tiempo logra escribir su propia historia: se puede decir que supera la profecía aceptándola, ejecutándola, más bien por amor romántico y sexual por su madre, y por odio y desinterés contra su padre. Al aceptar la venida de la profecía y al ser cómplice de la ejecución de esta, al disfrutarla de manera más bien irreflexiva y resignada (aunque no sin ciertos resquemores), se da la oportunidad de cerrar esa herida que lo desgarraba (que era el haber sido abandonado por su madre a la edad de cuatro años y ser maldecido por el padre).
Se podría decir que Tamura ―irónica, tácita e inocentemente― se venga de sus padres (se venga del abandono de su madre y de la maldición y desprecio de su padre) al ejecutar la profecía, y al hacerlo se libera del lastre de amarguras ―del negro rencor― que lo acosaban; se renueva, madura, para tener la clara conciencia de que debe volver a su vida: volver a Tokio, acabar el colegio y entonces sí hacer su vida auténtica, libre de resentimientos y de rebeldías enconosas.
Además de superar el rencor con las vivencias en Takamatsu y en Kochi, Tamura conoce el amor y conoce el valor de la amistad: supera la soledad, y aunque al final de la novela sigue siendo un solitario, es ahora un solitario con amigos (Oshima y el hermano de Oshima) y con un pasado enriquecido por la experiencia amorosa. La experiencia amorosa es conocida por Tamura no solo de manera directa con su madre (la señora Saeki, que le brinda amor romántico-sexual y amor maternal), sino de manera indirecta al conocer el drama amoroso de su madre con el joven cuya muerte la amargó para siempre, y al conocer el drama amoroso y sexual de Oshima. Además, encuentra en Oshima el sabor de la sólida amistad desinteresada. Así mismo, al conocer la verdadera historia de amor de la señora Saeki y del drama sexual de Oshima, Tamura encuentra que él no es el único que vive una tragedia o una situación difícil, sino que los demás también llevan consigo su pequeño infierno y su pequeño paraíso.
Nakata. Nakata más que una historia es un personaje puro y absolutamente solitario. Relegado por la sociedad debido a sus dificultades mentales, se convierte en un asceta, libre de deseo sexual y de ambiciones terrenales, con una vida simple rodeada de placeres sencillos y con gatos como los mejores amigos. Su vida es completamente inocente y pura hasta que se ve confrontado ante una situación extrema que le obliga a elegir entre permitir el asesinato doloroso de inocentes gatitos y asesinar él mismo al indolente matarife.
Nakata vive la aventura de un héroe anónima, silenciosa y estoicamente, sin proclamar sus angustias, pero con una alta conciencia del deber, de lo que está bien y lo que está mal. La historia de Nakata está fuertemente ligada a la del joven Hoshino, que se convierte en su cómplice y que aprende con él y a través de él a comprometerse más con las situaciones a las que lo enfrenta la vida. La historia de Nakata nos habla de la paciencia y la constancia al perseguir un objetivo, así, en principio, dicho objetivo no esté del todo claro: siempre debemos ir en la dirección indicada así no sepamos lo que vamos a encontrar. Se trata de una metáfora de la vida, a la que hay que seguir y trabajar por ella sin saber a dónde va a parar.
En conjunción las dos historias... nos hablan de la búsqueda, del trasegar hacia un fin más bien incierto pero necesario, irrevocable, y de realizar ese camino con altura, con dignidad, fuerza y decisión.
¿Qué significa esta novela? 
Además de hablarnos de la entrega a la búsqueda y de la dignidad que hay en ella (la dignidad que tiene la búsqueda en sí misma y la dignidad con que hay que hacerla), que es a lo que se refiere la trama de la novela, Murakami, a través de ella, también nos invita a disfrutar de la vida (del amor, del sexo, de la música, de la soledad, de la comida, del sueño, del ejercicio, de la charla, de la amistad, del sol, de la lluvia, de los libros...) y a soñar, a dejarnos arrastrar por los sueños, a no esperar una explicación lógica para todo y a vivir con entrega, a vivir a manos llenas la vida. Haber leído Kafka en la orilla ha sido una experiencia deliciosa. Cito a Carla, con cuya opinión coincido: “Kafka en la orilla, debajo de toda su fantasía, es una novela sobre la madurez, sobre dejar el pasado atrás por muy trágico que sea y continuar viviendo, porque la vida realmente merece la pena”.
Buenos personajes que se debaten entre lo onírico y lo cotidiano
La presencia de lo cotidiano es muy importante en la novela: disfrutar de un ruidoso y conversado almuerzo en un sudoroso restaurante de camioneros, contemplar el mar, tener una dulce o trascendental charla al calor de un buen café, ir a cagar, ser masturbado por una chica mayor, cocinar, caminar solitariamente en la noche, dormir, contemplar las estrellas, entablar una conversación con un desconocido, hacer ejercicio, etc. Hay un sinfín de momentos en la novela que pintan la cotidianidad de la vida, en parte muy japonesa (como los lugares donde se consigue comida barata, los jardines-templo sintoísta o la forma de viajar), en parte universal o global (como escuchar a Prince o hablar por celular).
Murakami sabe pintar con delicadeza, sencillez, naturalidad y fuerza esos momentos, de tal modo que pese a ser “de lo más normales” se convierten en algo especial e inolvidable para el lector, como la lluvia recia golpeando el cuerpo desnudo de Tamura cuando este se halla en la cabaña y siente el impulso de salir a bañarse en medio de tremendo aguacero; o cuando Sakura lo masturba; cuando empaca las cosas para irse de casa; cuando pasa la primera noche en la cabaña de la montaña; cuando Oshima lo lleva en su auto deportivo surcando una carretera infinita, en la noche, a alta velocidad y oyendo música deliciosa; el descubrimiento de la biblioteca Komura; Nakata y Hoshino esperando en el apartamento, acariciando “la piedra de la entrada” mientras cae una poderosa tormenta.
El desarrollo de los hechos en la novela es imparable, tiene mucho de peli de carretera, de viaje, a lo cual se suma a una excelente caracterización de personajes. Lo especial del personaje de Tamura es la vitalidad, la disciplina, el espíritu de goce intelectual con la música y los libros, la conciencia de la necesidad de formación física y mental, todo ello como herramienta para su búsqueda, la búsqueda de sí mismo. Inocencia, soledad y determinación son características comunes de Nakata y Tamura.
 Los cuatro personajes señeros de la novela se vuelven entrañables (Tamura y Oshima, Nakata y Hoshino). Indudablemente es una novela de personajes. No obstante, todo ese brillo se opaca por la entrada rotunda de lo fantástico-caprichoso. Hay que ejercer una fortísima bajada de guardia del mundo lógico para poder seguir andando por la historia.
Para mí no fue nada fácil superar esa fuerte incursión de la fantasía ―(que otros llaman novela onírica), porque no me lo esperaba y porque va contra toda lógica; las ocurrencias se escapan incluso a la lógica interna del mundo novelado―, pero la fuerza de los personajes principales y la elegancia y fluidez de la narración habían acumulado para entonces (página 350, más o menos) tal carga de poder que me sentí impelido a no abandonar la lectura: por cariño a los personajes y por la curiosidad de saber en qué iba a terminar todo aquello que, a la altura de la mencionada página, ya estaba lo bastante madurado como para tener una mínima idea del relleno que se iba a depositar en las 350 páginas restantes.
Fue necesario aceptar de tajo esa presencia onírico-fantástica y dejar correr el agua para ver a dónde iba a parar el asunto. De hecho, para poder soportar que de repente se aparezca un perro que habla así porque sí, o el coronel de KFC para orientar, así porque sí, a Nakata y al joven Hoshino en la búsqueda de “la piedra de la entrada” que ellos mismos no sabían en qué lugar se encontraba ni por qué la buscaban, hube de pensar en la Ilíada, en la que es necesario aceptar que un dios se aparezca así, de repente, y solucione una situación de la forma más arbitraria... (Pienso que Murakami, por haber estudiado literatura y teatro griegos en la universidad, pero, sobre todo, por tener encima la cultura manga (connatural en su país), inserta toda esta sinfonía fantástica en su novela de la manera más tranquila. Dicha sinfonía, no obstante, aparece en convivencia con el calor, la gracia y la profundidad de las situaciones más cotidianas, más íntimas y también más intensas, dotadas de una humanidad que nos envuelve también con su magia.
Lo mejor
Lo mejor de la novela son los personajes (Tamura, Oshima, Nakata y Hoshino). Tienen personalidades y encarnan valores perfectamente bien definidos. También es deliciosa la combinación de la música, con las conversaciones de los personajes y el dinamismo de la historia, en medio de situaciones de preciosa intensidad.
El zapato en la piedra
La saturación onírica es difícil de superar, en especial, porque no hay una lógica interna que la haga necesaria. Se siente, más de una vez, que las situaciones surreales son un capricho narrativo que hay que aguantar. La historia pierde efectividad al dilatarse en pasajes como el del mundo que hay detrás del bosque de Kochi y al que llega Tamura en compañía de los soldados o la incursión sexual de Hoshino con la prostituta que le provee el coronel de KFC. Hay que llenarse de una buena dosis de paciencia para que la historia se hilvane de nuevo y aparezca arbitraria, pero finalmente la señora Saeki para decirle a Tamura que tiene que superar la situación y volver a su vida de colegial.
Lo de aguantarse a Johnnie Walker, el coronel de KFC como personajes importantes para la trama pero en todo caso bastante circenses me parece un recurso extremo y baladí. La presencia de todo esto no se justifica; solo está sostenida, insisto, por la curiosidad de ver para dónde va todo, por la fuerza de las situaciones y de la fantasía misma (que es como estar a medio trayecto en la parte aburrida de un largo tobogán pero no poder o no querer bajarse para ver si al final hay una curva interesante o un buen estanque en el cual caer, id est, la paciencia del pálido lector.
En conclusión
A mí Murakami, en este mi primer acercamiento a su obra, me gustó porque me hizo sentir muchas cosas y me transmitió imágenes y reflexiones maravillosas. Lo mejor de todo es que su lectura me emocionó, en especial, en el espectacular arranque de la novela (y por arranque me refiero a las primeras 350 páginas, o sea, media novela). Su prosa en esta obra es serena pero contundente y llena de hormonas adolescentes, acompañadas de una buena banda sonora. Digamos que Murakami sabe llevarlo a uno al punto máximo de tensión narrativa para soltarlo allí en medio de una disolución psicodélica en la que se chapalea con cierta rabia y angustia hasta llegar a la preciada orilla. Con cierta desesperación, digo (uno se pega mucho de la lógica de la historia, y eso hace que la fantasía sea harto estorbosa), porque hasta cierto punto el concierto de irrealidad llega a resultar entretenido, tiene el encanto de un sueño magnífico a pesar de que emborrona la historia principal. Es incoherente y traído de los cabellos, pero en momentos llega a ser luminoso. 
Así, pues, para leer Kafka en la orilla (y dicen que para leer a Murakami) hay que entrar en absoluta comunión con su sueño o despertar y cerrar el libro para siempre.

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